jueves, 8 de junio de 2017

(1864) Jules Verne - Edgar Poe y sus obras



"Dejando de lado lo incomprensible, lo que es necesario admirar en las obras de Poe es lo novedoso de las situaciones, la discusión de los hechos poco conocidos, la observación de las facultades enfermizas del hombre, la selección de sus temas, la personalidad siempre extraña de sus héroes, su temperamento enfermizo y nervioso, su forma de expresarse mediante interjecciones extrañas. Y sin embargo, en el medio de estas imposibilidades, existe a veces una verosimilitud que se apodera de la credibilidad del lector."

1864 vería nacer una de las novelas más conocidas de Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, segunda en la serie de los Viajes Extraordinarios. Es menos conocido que ese mismo año el escritor francés publicó también un extenso artículo titulado Edgar Poe y sus obras en la revista literaria Musée des Families, donde otros autores de renombre como Honoré de Balzac o Alexandre Dumas (padre) habían publicado trabajos con anterioridad. Verne, que durante toda su vida sería un gran admirador del poeta americano, dejó constancia para la posteridad de esa admiración en obras como la propia Viaje al centro de la Tierra o La esfinge de los hielos.

miércoles, 7 de junio de 2017

(2016) Eva García Sáenz de Urturi - El silencio de la ciudad blanca

Vitoria-Gasteiz, virgen blanca, asesinatos, Saburdi, Usokari, Zaldiarán,


Creo que parte de la fascinación que nos producen los asesinos en serie, además del morbo por lo oscuro y tenebroso de la condición humana, reside en cierta sensación de lejanía, en cierto desapego que hace que procesemos los actos cometidos por esos monstruos como acontecimientos casi irreales, casi de ficción. De hecho, me atrevería a decir que el morbo por lo oscuro y tenebroso que nos generan esos seres solo puede fascinarnos a condición de que nos sepamos a cierta distancia geográfica y espacial de ellos. En la raíz de ese comportamiento está el anhelo humano de seguridad. Cuando nos sabemos poseedores de seguridad somos capaces de despojar a los acontecimientos de su gravedad al sustraerles el sedimento básico a partir del cual nace toda empatía con la víctima, ese "yo podría haber estado ahí". "Oiga, pues no, no podría, yo estoy aquí a salvo de cualquier calamidad". Solo cuando nos sabemos poseedores del conocimiento de que nuestra vida no corre peligro, podemos disfrutar de la psicopatía ajena como una suerte de fenómeno estético sin vernos turbados por una fatal conmoción paralizadora. Sin duda, es una circunstancia repugnante que debería hacernos cuestionar nuestra propia humanidad, ya que la fascinación por la psicopatía ajena presupone cierta psicopatía propia. Afortunadamente, hablo de la fascinación en el sentido puramente estético, aquella que para existir requiere de la suspensión del juicio ético. Vamos, no me detengan todavía, denme cuartelillo, al menos por lo que duran estos renglones en ser leídos.

Ahora bien, si para sentir cierto grado de fascinación por la atmósfera macabra que rodea a los actos de los asesinos en serie es necesaria cierta sensación de lejanía con los actos, ¿qué ocurre cuando esos actos se han producido en un contexto de ausencia de lejanía espacial o temporal? En ese caso, seguramente traguemos saliva. Estamos acostumbrados a pensar en los casos de Elizabeth Bathory, Jack el Destripador, el asesino del zodiaco y tantos otros como parte de un imaginario que bordea la fantasía por su lejanía con nosotros. Y, sin embargo, no hace tanto tiempo, a pocos, muy pocos kilómetros del lugar donde escribo estas líneas, la ciudad de Vitoria fue testigo de una cadena de asesinatos brutales a manos no de un extranjero, no de un forastero, sino de alguien nacido en el seno de la propia comunidad donde se produjeron esos asesinatos. Hablo de Juan Díaz de Garayo, el Sacamantecas.

domingo, 4 de junio de 2017

(2013) Yanis Varoufakis - Economía sin corbata: conversaciones con mi hija

Matrix, Frankenstein, trabajo, mercancía, poder, Fausto


"La imposibilidad total de controlar empíricamente las teorías económicas hace que la economía, el pensamiento económico, no pueda compararse con las ciencias aplicadas. Así, como economistas podemos elegir entre fingir que somos científicos y admitir que estamos más cerca de filósofos que, por muy lógicos y sabios que sean sus argumentos, es imposible que se convenzan entre ellos sobre cuál es el sentido de la vida."

Varoufakis es un economista peculiar. A pesar de haberse labrado una carrera académica bregando con los formalismos matemáticos de la teoría de juegos y la microeconomía, reniega de la matemática inserta en vastas áreas del corpus doctrinal económico. Y a pesar de que sus propuestas en economía política no tienen nada de comunistas —si de alguna manera pueden catalogarse, es de post-keynesianas—, se define como marxista. Pero su marxismo, como él mismo explica, no es un marxismo ortodoxo que se ciña a la letra del pensador alemán. Como en esta y en otras tantas cuestiones, su marxismo es peculiar, pues se trata de uno errático.

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