domingo, 21 de mayo de 2017

(2003) Fernando Lázaro Carreter - El nuevo dardo en la palabra

corrección, lingüística, periodismo


"No es preciso estar, claro es, en la política activa para agredir con éxito al sentido común. Hay un ex cargo muy importante, fuera de ella ya, inteligente tertuliano de radio, que, pocos días ha, estremeció a sus oyentes —lo soy, y muy complacido— con la apocalíptica denuncia de que el presidente Aznar «ha dado un giro de 365 grados». ¿Tantos? Pero siempre hay consuelo: imaginemos que el giro hubiera sido bisiesto."

Hace un par de semanas tuve el placer de reseñar "El dardo en la palabra", compendio de artículos publicados en prensa donde el difunto Fernando Lázaro Carreter hacía alarde de ingenio y erudición para arremeter contra todos aquellos desaprensivos que osan prevaricar con nuestro patrimonio más valioso: el idioma. Aquella lectura me duró, literalmente, años. Pero no por aburrida, sino a causa de las descomunales dimensiones de la obra. Efectivamente, El dardo en la palabra era un mamotreto de casi ochocientas páginas que abarcaba una producción en prensa de casi veinticinco años y que estaba compuesta por más de doscientos artículos. Cada uno de esos artículos —o dardos, como tan brillantemente los nombró el académico—, concisos por imperativos periodísticos, eran ideales para esos momentos del día que son demasiado breves para abordar la lectura del siguiente capítulo del libro que tienes entre manos, pero demasiado largos para... no hacer nada. Como sea que esos momentos no se han extinguido en mi vida, cuando acabé la obra de Lázaro Carreter noté inmediatamente un vacío difícil de reemplazar. Hasta que decidí comenzar, no de una manera particularmente original, con el libro del que esta reseña es objeto.

El nuevo dardo en la palabra supone, cuatro años después, la continuación de la tarea emprendida por su predecesor. En esta ocasión, la obra posee un tamaño mucho más manejable a causa de que, para su elaboración, fueron recopilados los dardos publicados en 1999, 2000, 2001 y 2002, esto es, la producción concerniente a tan solo cuatro años (aunque la edición que he manejado ha tenido a bien incluir, a modo de extra, los últimos dardos publicados por Lázaro Carreter antes de su defunción en 2004).

Como se podrá intuir, el presente volumen no varía una coma la hoja de ruta del anterior. Seguimos asistiendo a una carnicería lingüística donde Lázaro Carreter no tiene miramientos en despiezar cada una de las burradas que llegan a sus ojos o a sus oídos con el fin de extirpar el parásito de la estupidez del seno del idioma. Sus particulares Némesis siguen siendo políticos, periodistas y, en general, profesionales de la comunicación. El académico mantiene su fina ironía, sus abundantes dosis de erudición y, en no pocas ocasiones, un pitorreo salvaje que no deja títere con cabeza. Todo a través de una prosa ágil y estilizada, que no hace ascos a lo antiguo, pero tampoco a la novedad cuando ésta es pertinente.

Sus dardos siguen teniendo como objetivo cuestiones sintácticas y léxicas, aunque predominan las segundas. Entre éstas, los extranjerismos y los calcos siguen siendo uno de los principales focos de atención para el académico, sin desatender, eso sí, otras viejas conocidas como son las elongaciones pseudo-cultas de los vocablos que, por afán ornamental del escribidor, terminan revelando, irónicamente, su ausencia de cultura. El repertorio es inabarcable, en parte, porque las bobadas se cotizan al alza.

"Y aún menos, el desparpajo del locutor deportivo que, ante el punterazo fallido de un jugador a la portería contraria, exclama: «¡Qué lástima. Ha tenido el gol en sus manos!». O el del redactor de un noticiario radiado, en el cual se da cuenta de un hatajo de desalmados chinos que se dedicaba a la trata de blancas con mujeres traídas de su país. O el alucinante consejo que, por ese medio, se da a las mujeres encintas para que no fumen mientras ingestan."

Con todo, nadie está vacunado contra el error, y el propio Lázaro Carreter no es una excepción. En el dardo titulado Con algún género de dudas, dice lo siguiente:

"Ocurre, sin embargo (Webster), que «en rigor, los nombres en inglés carecen de género» gramatical. Pero muchas lenguas sí lo poseen y, en la nuestra, cuentan con género (masculino o femenino) sólo las palabras; las personas tienen sexo (varón o hembra). A pesar de ello, los signatarios hispanohablantes aceptaron devotamente género por sexo en sus documentos, y, de tales y de otras reuniones internacionales, el término se ha esparcido como un infundio. Lo señalé hace meses, pero por ahí tenemos galopando tan aberrante anglicismo; y, a quienes tan justa y briosamente combaten la violencia contra el sexo, ejerciéndola cada vez más contra el idioma."

Sin embargo, como bien  recoge la RAE, la palabra género "en gramática significa ‘propiedad de los sustantivos y de algunos pronombres por la cual se clasifican en masculinos, femeninos y, en algunas lenguas, también en neutros’. Para designar la condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculinos o femeninos, debe emplearse el término sexo. Por tanto, las palabras tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo (y no género). No obstante, en los años setenta del siglo xx, con el auge de los estudios feministas, se comenzó a utilizar en el mundo anglosajón el término género (ingl. gender) con un sentido técnico específico, que se ha extendido a otras lenguas, entre ellas el español. Así pues, en la teoría feminista, mientras con la voz sexo se designa una categoría meramente orgánica, biológica, con el término género se alude a una categoría sociocultural que implica diferencias o desigualdades de índole social, económica, política, laboral, etc. Es en este sentido en el que cabe interpretar expresiones como estudios de género, discriminación de género, violencia de género, etc. Dentro del ámbito específico de los estudios sociológicos, esta distinción puede resultar útil e, incluso, necesaria. Es inadmisible, sin embargo, el empleo de la palabra género sin este sentido técnico preciso, como mero sinónimo de sexo." Poco queda por añadir, excepto, quizá, que al bueno de Lázaro Carreter le acabó enmendando la plana la institución que durante tanto tiempo tuvo a bien defender. Cosas de la tiranía del lenguaje. No creo que le importase mucho toda vez que en el prólogo de la obra dice que "A quienes mantienen esa atención o desean adquirirla van destinados estos «dardos», que proponen a sus lectores reflexiones idiomáticas sin pretensión de infalibilidad (...)." Perro viejo ese Lázaro, sin duda.

Precisamente es en el prólogo del libro donde acontece uno de los momentos más elocuentes y didácticos de toda la obra. Me refiero al extenso fragmento donde el académico de la lengua pasa revista al surgimiento de la conciencia crítica del idioma y su posterior evolución a lo largo de los siglos hasta nuestros días. Tal suceso acaece en el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés, allá por la primera mitad del siglo XVI. En él, ya se plasman las ideas de los defensores de la apertura del idioma respecto a las innovaciones foráneas frente a aquellos que consideran que la Lengua debe ser un tesoro que ha de protegerse de la invasión léxica procedente del exterior y cuya actitud, un par de siglos más tarde, cristalizaría en la creación de la Academia y la consiguiente disputa interna entre puristascasticistas. Lázaro Carreter, apoyándose en los adalides del aperturismo idiomático ilustrado, representado por las ideas revolucionarias para la época del padre Feijoo, Jovellanos y algunos otros, defiende un aperturismo razonable y pragmático.

En la reseña de El dardo en la palabra se me olvidó mencionar un aspecto muy curioso y que dota de profundidad a la obra: cómo la impronta de los acontecimientos históricos deja su huella en los distintos dardos. Así, entre dardo y dardo, las referencias al Mundial del 82, al Tratado de Maastricht o a las elecciones del '96, entre otras, permitían ubicarte mejor en el contexto histórico de lo que el autor trataba de criticar. Y, además, se daba la peculiaridad de que tal permeabilidad arreciaba a medida que los años transcurrían, siendo que el grado de seriedad, como si de dardos lanzados en el vacío de la abstracción se trataran, era mucho mayor durante los años de la Transición que a medida que la democracia se asentaba y seguía su curso. Esa particular relación entre abstracción y frivolidad apenas se presenta en este volumen, dejando a esta última todo el peso en cuanto a tono se refiere. Así, las referencias a los problemas de la conversión de pesetas en euros, a Gran Hermano y a otros tantos acontecimientos triviales, pero que reflejan muy bien el espíritu de la época, son norma en la obra.

Es precisamente la capacidad que Lázaro Carreter tiene para aunar frivolidad con conciencia crítica del idioma, el chascarrillo con el análisis riguroso, lo que hace grande tanto a esta obra como a su predecesora. El nuevo dardo en la palabra es, sin duda, recomendable para todo aquel que tenga inquietud por expresarse mejor y no contribuir a dar de sí mismo una imagen negligente en el uso de la Lengua. En otras palabras: debería ser obligatorio para todos nosotros.

"Otro pimpollo asoma por el denso ramaje del español: una ilustre locutora de radio, puesta ante una cámara, confesaba hace días el amor sin márgenes que le inspira su oficio, la emoción de estar sola ante el micrófono sintiendo que a él se pegan millares de oídos invisibles y ávidos. Nada la hace más feliz, decía, que locutar. Y como nada puede hacerse para evitarlo, mejor será felicitarla. Que locute por muchos años hasta alcanzar la absoluta felicidad. Eso, y que los cantautores cantauten."


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