martes, 28 de octubre de 2014

(-395 aprox.) Platón - Apología de Sócrates




"A mí, que ya soy viejo y ando algo torpe, me ha pillado la muerte, mientras que mis acusadores, que aún son jóvenes y ágiles, van a ser atrapados por la maldad. Yo voy a salir de aquí condenado a muerte por vuestro voto, pero vosotros marcharéis llenos de maldad y vileza, acusados por la verdad. Yo me atengo a mi condena, pero vosotros deberéis soportar también la vuestra. Tal vez así tenían que suceder las cosas; y pienso que así están bien, tal como están."

Se cuenta que la muerte de Sócrates (-398) dejó un fuerte poso de amargura e indignación en la figura de Platón, que por aquel entonces contaba con 28 años y pasaba por ser uno de los fieles discípulos del pensador ateniense. Todo el proceso judicial estuvo contaminado con un aroma a podredumbre legal, de estiramiento hasta el límite de lo obsceno de los supuestos de hecho para hacer subsumir la conducta de Sócrates bajo cargos punibles.

Efectivamente, a Sócrates se le acusó de corromper a la juventud y de ir contra los Dioses. Pero parece que detrás de esas acusaciones se escondían otros motivos. Uno de ellos, el resquemor de los gobernantes ante las críticas a la restauración democrática ejercida tras el gobierno oligárquico de los 30 tiranos a la consecución de la guerra del Peloponeso. La democracia ateniense, inaugurada con la constitución de Solón hacía dos siglos, y que vivió sus días más gloriosos bajo el gobierno del general Pericles unos 50 años antes, era una sombra de sí misma tras la restauración. Sócrates, a pesar de que nunca se destacó por su efervescencia política, debió de ser muy crítico con aspectos básicos del funcionamiento del sistema, como aquel que estipulaba que los cargos de jueces se decidieran por sorteo. Esta clase de críticas debieron de ser muy molestas para los dirigentes. Si a esto le sumamos el hecho de que Sócrates no era precisamente una persona servil y aduladora de los ciudadanos que ostentaban el poder, sino que, muy al contrario, gustaba de recordarles lo mezquinos y equivocados que estaban acerca de cualquier cuestión de filosofía práctica o teórica, obtenemos un mejunje por el cual empieza a estar claro por qué se condenó a muerte a Sócrates, a pesar de que los procesos por impiedad no acarrearan usualmente la pena capital.

Platón, que vivió todo el proceso y debió de ser consciente de toda la intrahistoria, la condena y posterior ejecución le afectaron muchísimo. Unos años más tarde decidiría escribir este libro que, curiosamente, supone un rara avis: constituye la primera piedra bibliográfica de su producción al mismo tiempo que es el único libro suyo que no abraza las formas del diálogo. La "Apología de Sócrates" es eso, una defensa, un discurso con vistas a convencer al auditorio de la defensa del acusado. Y, efectivamente, es el propio Sócrates el que decide tomar las riendas de su defensa.

"Ésos, pues, movidos por envidias y jugando sucio, trataron de convenceros para que, una vez convencidos, fuerais persuadiendo a otros. Son, indiscutiblemente, difíciles de desenmascarar, pues ni siquiera es posible hacerles subir a este estrado para que den la cara y puedan ser interrogados, por lo que me veo obligado, como vulgarmente se dice, a batirme contra las sombras y a refutar sus argumentos sin que nadie me replique."

No sabemos demasiado de la figura de Sócrates y casi todo lo que sabemos de él lo sabemos debido a los diálogos de Platón. De todas formas, existe un consenso académico más o menos universal en torno al hecho de que Sócrates fuera un tocapelotas, y que en razón de ello fuera condenado a muerte. Desde luego, no es un hecho excepcional ya que ha ocurrido varias veces a lo largo de la historia. Sin ir más lejos, la lista de insignes tocapelotas a lo largo de la historia la podrían completar Espartaco, Jesús de Nazaret, Thomas More, Gandhi entre otros muchos. Sócrates, que era un personaje más bien de aspecto repulsivo, achaparrado, gordo, calvo y de nariz porcina, gustaba de rodearse de los jóvenes de la ciudad-Estado ateniense, los cuales le idolatraban por sus capacidades discursivas, pero sobre todo por una impenitente capacidad para tocar los cojones. Puede decirse de Sócrates, con mucha razón, que fue el primer punk de la historia. Y todos sabemos que la juventud, al menos si es sana y no está viciada de raíz, gusta de ser irreverente con toda autoridad. Puede que Sócrates no rompiera cítaras contra las bancadas del ágora ni realizara graffitis en las mismísimas puertas del Partenón, pero sí se encontraba con alguien demasiado pagado de sí mismo, no tardaba en hacerle ver sus contradicciones y vicios.

Ese pensamiento irreverente está en la base de la inquina hacia Sócrates. Sócrates era observado como un personaje incómodo, alguien capaz de desmontar cualquier impostura mediante el recurso a una serie de preguntas realizadas con precisión robótica, y que funcionaban como torpedos a la línea de flotación argumentativa de su interlocutor. La famosa ironía socrática no consistía sino en conceder la validez temporal de la posición de su interlocutor para, por medio del desvelamiento de las presuposiciones implícitas de dicha posición, atacarlas a través de una batería de preguntas que ponían de manifiesto las contradicciones de su contertulio. A pesar de que esa es la imagen de Sócrates que nos ha sido transmitida a través de los diálogos de Platón, existen bastantes razones para pensar que ésa era la manera de desenvolverse del pensador ateniense.

"Yo he alcanzado este popular renombre por una cierta clase de sabiduría que poseo. ¿De qué sabiduría se trata? Ciertamente, de una sabiduría propia de los humanos. Y en ella es posible que yo sea sabio, mientras que, por el contrario, aquellos a los que acabo de aludir quizá también sean sabios, pero en relación a una sabiduría que quizá sea extrahumana, o no sé con que nombre calificarla."

Sócrates comienza su defensa aduciendo que es imposible que haya cometido impiedad cuando lo que ha hecho durante toda su vida ha sido acatar el dictado de los dioses. Cuenta que acompañando a su amigo Querefonte al oráculo de Delfos, éste le preguntó a la pitonisa si había alguien en el mundo más sabio que Sócrates, contestándole aquella que no. Sócrates, entonces, movido por la duda decidió emprender la tarea de ver si esto era así o no, y la única manera era entrevistarse con todos los sabios de la polis. Hablando con diversos políticos de talla, con poetas especialmente dotados o con artesanos expertos en sus respectivas áreas de actividad se dio cuenta de que el oráculo estaba en los cierto. De todos se apercibió de que ignoraban su propia ignorancia, especialmente los políticos.

"Pronto descubrí que la obra de los poetas no es fruto de la sabiduría, sino de ciertas dotes naturales, y que escriben bajo inspiración, como les pasa a los profetas y adivinos, que pronuncian frases inteligentes y bellas, pero nada es fruto de su inteligencia y muchas veces lanzan mensajes sin darse cuenta de lo que están diciendo."

De los artesanos argumentará que sabiendo mucho de un aspecto o área, creerán saber de todos y cada uno de los restantes, siendo en realidad ignorantes en todo lo demás. No es difícil imaginarse a un señor de aspecto más que dudoso ir a buscarle las cosquillas a políticos, poetas y artesanos. No estoy diciendo que la condena a Sócrates fuera justa, pero sí que es verdad que el hombrecillo debía ser un poco gilipollas haciendo ese tipo de cosas.

Después pasa a la acusación de corrupción de la juventud hecha por Méleto. En ese punto, aduce un argumento de plausibilidad y otro analógico: si la juventud está corrompida, ¿quién es más fácil que la haya corrompido, una sola persona o el resto de la sociedad, incluidos a asambleístas, jueces, procuradores y demás?; "¿Crees que sería lo mismo si se tratara de domar caballos y que todo el mundo, menos uno, fuera capaz de domesticarlos y que uno solo fuera capaz de echarlos a perder?" En cualquier caso, y concediendo que la juventud esté hipotéticamente corrompida debido a Sócrates, éste argumentará que carece de sentido que tal corrupción haya sido producida voluntariamente, ya que si esto fuera así, él, al tratarlos diariamente, sería el principal perjudicado por dicha corrupción. Así que o bien la juventud está corrompida o bien no lo está; si lo está o es culpa de todo el mundo o es culpa de Sócrates; y si es culpa de Sócrates solo puede ser de forma involuntaria.

"Pero como he dicho machaconamente, hay mucha animadversión contra mí, y son muchos los que la sustentan. Podéis estar seguros de que eso sí es verdad. Y eso es lo que va a motivar mi condena."

Sócrates parece que es consciente del teatro que se está desarrollando a su alrededor y, sin embargo, decide no huir o llegar a un pacto que rebaje la pena. Esto se debe al honor: huir o negociar implica la asunción de la culpabilidad, de modo que no renegar de la conducta, y aceptar el castigo, son la única posibilidad. Con ello, Sócrates se revela como el tábano que aguijonea a la sociedad:

"Porque, si me matáis, difícilmente encontraréis otro hombre como yo, a quien el dios ha puesto sobre la ciudad, aunque el símil parezca ridículo, como el tábano que se posa sobre el caballo, remolón, pero noble y fuerte, que necesita un aguijón para arrearle. Así, creo que he sido colocado sobre esta ciudad por orden del dios para teneros alerta y corregiros, sin dejar de estimular a nadie, deambulando todo el día por las calles y plazas."

Sócrates no solo argumenta en contra de los cargos por los que es acusado, sino que, a la vez, argumenta a favor de por qué en caso de condenarle la ciudad entera obraría estúpidamente. Ofrece ejemplos, como el caso de las Arguinusas o el caso del león de Salamina, por los cuales en el pasado antepuso la justicia al temor a la muerte. Y rehúsa la posibilidad de intentar influir sentimentalmente en el jurado.

Finalmente, cuando se dicta sentencia y resulta condenado, Sócrates, ni corto ni perezoso, lanzará una contraoferta a la ciudad de Atenas: en lugar de la pena de muerte, tanto mejor sería una pensión vitalicia a costa del erario público. Genio y figura.

El resto de la historia es conocida por todos: Sócrates acabaría bebiendo la famosa cicuta, rehusando los planes pensados por sus amigos y discípulos para facilitarle un salvoconducto hacia la libertad. Con ello, terminaría por dar forma a uno de los momentos estelares de la humanidad, que diría Zweig, evocando el eco del sacrificio personal en pos de un bien mayor. ¿Os suena de algo? De haber sido otras las circunstancias, quizá hoy viviríamos en una cultura socrática. Aunque, bien es cierto, Nietzsche no iba nada desencaminado en sus análisis y, muy probablemente, bien hubiera valido lo mismo. Bueno, lo mismo no: nos hubiéramos desecho del crucifijo de marras como símbolo grotesco.

La "Apología de Sócrates" es un texto ambiguo. Por un lado, en tanto que basado en hechos reales, es difícil distinguir la línea de demarcación entre la ficción y la historia. No sabemos hasta que punto Platón pretende elogiar y dónde solo describir. Es una cuestión complicada, de imposible solución quizá. Además, no importaría demasiado si la imagen transmitida al lector de Sócrates fuera cristalina —en cuyo caso la pregunta quedaría respondida indirectamente, esto es: sería un elogio—, pero lo cierto es que no es así. Sócrates manda callar al público constantemente y demuestra ser una taza rebosante de ego. Se ríe de todo el mundo y, por momentos, muestra ser un personaje desagradable, tal y como lo pintaba Aristófanes. Claro está, ninguna de esas características justifican la pena de muerte, y la resignación y la coherencia al acatar la sentencia acercan su figura a la de una especie de mártir laico. Además, es cuestión para el experto dilucidar cuáles de los atributos anteriormente enumerados eran, como en nuestra cultura, manifiestamente negativos y cuáles positivos. Las culturas cambian y su sistema de valores también. La soberbia con la que por momentos se expresa Sócrates puede ser en el mejor de los casos interpretada por el hombre de aquella época como seguridad en uno mismo, cuando no como un atributo intrínsecamente positivo. Todas estas ambigüedades nos hablan de que la "Apología" es un texto incompleto, que nos presenta a un Platón en pugna consigo mismo, entre el respeto reverencial al maestro y la fidelidad fáctica, y que solucionaría en sus obras posteriores al servirse del personaje, honrando su figura, para transmitir su propio pensamiento.

"¿Cómo se explica todo esto? Dejadme daros mi interpretación: considero esto una prueba de que lo que me acaba de suceder es para mí un bien y que, por tanto, no son válidas nuestras conjeturas cuando consideramos la muerte como el peor de los males. Ésta es la razón de más peso para convencerme de ello; de lo contrario, si lo que me iba a ocurrir fuera un mal y no un bien, esa voz del genio se habría opuesto al curso de los acontecimientos."

Calificación:


1 comentario :

  1. Magnífica reseña-artículo. A mí, que en vez de memoria tengo archivos temporales, me ha servido para recordar lo que de Sócrates sabía e incluso para hacerme una imagen mental sobre su figura mucho más precisa. Has conseguido que me entren ganas de volver a leer a Platón.

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