miércoles, 8 de octubre de 2014

(1989) Michael Lewis - El póquer del mentiroso



(Reseña publicada originalmente en Goodreads el 24 de mayo de 2014)


Michael Lewis nos cuenta en este libro su experiencia personal como agente de ventas en Salomon Brothers, una de las compañías de activos financieros más prestigiosas durante los años 80. A través de su historia, conoceremos los entresijos de su empresa y entraremos, cual polizón en barco ajeno, en el mundo de las grandes finanzas, aquellas que marean si miras más de tres segundos abajo.

Lo cierto es que el mundo de las compañías de servicios financieros suele ser un mundo bastante hermético, pues se trata de un entorno en el que los acuerdos de confidencialidad están a la orden del día. Razón añadida para valorar más si cabe lo que este libro tenga que contarnos.

Lewis nos confiesa desde las primeras páginas que fue educado, en buena lógica capitalista, para creer que el sueldo de una persona era la medida de su valía y de su aporte a la sociedad. Por tanto, tras terminar su carrera, habiendo cursado asignaturas de historia del arte para subir la media, entró en la London School of Economics con la perspectiva de conseguir un buen empleo en banca de inversión. Ser un ganador y con ello ser recompensado por la sociedad por aquello que a ella había ofrecido. En una de esas rocambolescas casualidades que da la vida, a continuación, conoció a la mujer del presidente de la Salomon Brothers en una reunión para la beneficencia en la que participaba la reina Madre de Inglaterra. Consiguió caerle bien y esa fue su manera de conseguir un empleo en la empresa. Ya en los cursos de formación que Salomon nos encontramos con situaciones disparatadas y dignas de un instituto cutre de los suburbios: alumnos prepotentes, profesores aún más prepotentes, alumnos pelotas, actitudes estúpidas como antesala del verdadero mundo laboral.

Y lo que nos encontramos cuando ya por fin los cursos de formación acaban es la historia de la subida y el declive de Salomon Brothers. Una compañía levantada como una pequeña familia donde la lealtad a la empresa era indispensable. Para ello Lewis continuamente salta hacia el pasado para hacer historia, principalmente hacia finales de los 70, momento en el cual llega a la dirección John Gutfreund para cambiar las cosas. Veremos desfilar "Grandes cojonudos": el propio Gutfreund, Strauss, Ranieri, Horowitz, la "piraña humana", Howie Rubin, Perelman o Michael Milken. Seremos partícipes del boom del departamento más insignificante de la empresa, poblado por italianos gordos y mirado con recelo por el resto de WASPS, el de bonos hipotecarios, para, a continuación, ser espectadores de excepción de las luchas intestinas y de la ausencia de estrategia corporativa en la propia empresa. Finalmente seremos testigos del actuar rápido y mal, tan cotidiano en todos los relatos sobre caídas, en este caso, aplicado al mundo de los warrants y los bonos basura, las últimas innovaciones financieras que a mitad de los 80 Wall Street había diseñado.

Lewis, en su relato, no adopta ni la perspectiva del santo, ni tampoco la del cínico hombre de finanzas. Finalmente reniega de esa creencia ingenua de su niñez y abandona la empresa, pero no sin antes recordarnos que cualquiera de nosotros en su lugar habríamos actuado parecido.

Por último, decir que el libro está impregnado de un fuerte sentido del humor en sus primeras páginas es quedarse corto. Hay momentos realmente épicos en los que reír a mandíbula batiente se nos antojará escaso. Sin embargo, éste no es un libro de humor ni mucho menos, detrás de cada exabrupto, de cada situación bochornosa o risible, se esconde una mueca sardónica, una sátira de la américa empresarial o una crítica velada de la condición humana.

"Por esta razón, el dinero se ganaba con instrumentos de análisis aún más sofisticados. No obstante, el comportamiento de los agentes hipotecarios no se refinó al mismo tiempo. Por cada paso que se daba en la tecnología de mercado, ellos retrocedían otro en la evolución humana. Mientras su número crecía de seis a veinticinco, se hicieron más ruidosos, maleducados y gordos, y se preocupaban menos por las relaciones con el resto de la compañía. Su cultura se basaba en la comida y, por extraño que parezca, resultaba curioso incluso para aquellos que contemplaban a los agentes hipotecarios comiendo. Uno no hacía dieta el día de Navidad y tampoco en el departamento hipotecario", dice un antiguo operador. Iniciaban la jornada con una ronda de hamburguesas que un aspirante iba a buscar al Trinity Deli a las 08:00 horas. "En realidad no tenías ganas de comértelas -recuerda el agente hipotecario Gary Kilberg, que se incorporó al departamento en 1985-. Estabas allí tomando un café. Pero te llegaba una vaharada de aquel olor. Todo el mundo comía lo mismo. Así que cogías una de aquellas porquerías". Los agentes hipotecarios protagonizaban banquetes de glotonería hasta entonces inéditos en Salomon Brothers. Mortara hacía desaparecer de un bocado cajas gigantescas de bolas de leche malteada. D'Antona enviaba cada tarde a un aspirante a comprar veinte dólares de dulces. Haupt, Jesselson y Arnold engullían pequeñas pizzas enteras. Los viernes era el día del "Frenesí de la Comida" y durante esta jornada dejaban de trabajar y empezaban a comer. "Encargábamos cuatrocientos dólares de comida mexicana -explica un antiguo agente hipotecario-. Es imposible comprar cuatrocientos dólares de comida mexicana. Pero lo intentábamos; para empezar, guacamole en tambores de veinte litros. Si un cliente llamaba y nos pedía que compráramos o vendiéramos bonos, había que decirle: "Lo siento, estamos en pleno frenesí alimenticio. Ya le llamaré".

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